Los orígenes del fondant tal como se conoce actualmente se remontan a la época renacentista, periodo durante el cual el presupuesto de los pasteleros más humildes no alcanzaba para comprar grandes cantidades de azúcar. Por ello, echaron mano de la imaginación y se dedicaron a elaborar una mezcla de azúcar y almendras para decorar su repostería. Aquella masa era algo muy similar al mazapán, una versión muy cercana a la del fondant que todavía en la actualidad tiempo se elabora en países como México.
Fue lejos de allí, no obstante, donde se inició la tendencia: Australia y Reino Unido fueron las primeras naciones en dar uso a la mencionada pasta de azúcar, que luego se expandió por Europa antes de cruzar el océano y llegar a EE UU, donde entre los siglos XX y XXI se gestó el “boom” de las tartas fondant, y posteriormente el de las galletas, los cupcakes y otros dulces con la famosa cobertura.
Así, para definir con exactitud el fondant se dice que se trata de una pasta elástica dulce que se trabaja y estira para recubrir pasteles, galletas, cupcakes, bizcochos, cake pops y, en algunos casos, se moldea para crear divertidas formas y figuras. Sus ingredientes base son agua, azúcar y glucosa, pero se pueden encontrar numerosas versiones que incorporan gelatina, nubes (malvaviscos/marshmallows), harina, manteca o mantequilla, o incluso glicerina y pegamentos comestibles en su variedad comercial.
El uso del fondant, también denominado betún, icing -término de influencia anglosajona-, pasta de goma o masa elástica, ha evolucionado a lo largo de los siglos para pasar de ser una alternativa económica para recubrir tartas a una verdadera creación artística o, por así decirlo, la “manualidad” reina de la repostería actual.
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